La elegía del papel tendrá que esperar. Los negros augurios que daban por muerto al libro impreso, ese vehículo de ideas que cambió la historia de la humanidad, el más poderoso objeto de nuestros tiempos según claman algunos, no se han cumplido. El e-book no lo entierra; al menos, todavía. Persiste el olor a papel, a tinta, a cola; el tótem sigue vivo, tocado, pero coleando.
Por mucho que los medios y plataformas hablemos de lo nuevo, de lo que está por llegar, del último gadget tecnológico, luego está la tozudez de las estadísticas. Y son bien claras, tanto aquí, como en Estados Unidos. Dos de cada tres personas siguen leyendo los libros, sobre todo, en papel.
El deslumbramiento que produjeron los nuevos dispositivos electrónicos de lectura se ha estabilizado. Dejaron de ser moda para convertirse, eso sí, en un hecho, en un fenómeno que llegó para quedarse. La amenaza que muchos editores veían a principios de siglo en el e-book ha cambiado de aspecto. Se esconde dentro del móvil. Es el cambio de hábitos. Pero recordemos, antes de nada, cómo empezó todo.
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