La novela de El nombre de la rosa cuenta como Fray Guillermo de Baskerville, un monje franciscano, y su inseparable discípulo, el novicio Adso de Melk, visitan una abadía benedictina situada en el norte de Italia para esclarecer la muerte de un joven monje. Poco después, algunos de sus compañeros también fallecen. Todos ellos tenían algo en común: habían leído la Poética de Aristóteles. Este ejemplar contenía una sustancia tóxica que provocaba la muerte de todo aquel que se lamiera los dedos tras tocarlo. Y como si de este texto de Umberto Eco se tratara, la biblioteca de la University Southern de Dinamarca ha encontrado tres libros antiguos que presentan altas concentraciones de arsénico en sus cubiertas.
El veneno que presentaban estos tomos de temática histórica, que datan de los siglo XVI y XVII y que están firmados por Polydorus Vergilius, Johannes Dubravius y Georg Maior, se detectó tras la realización de una serie de análisis de fluorescencia de rayos X, según apunta el ensayo científico firmado por Jakob Povl Holck y Kaare Lund Rasmussen y publicado en The Conversation.
Los investigadores examinaron los tres ejemplares de esta biblioteca, situada en Odense —a 147 kilómetros al oeste de Copenhague—, porque previamente se había descubierto que sus portadas contenían fragmentos de manuscritos medievales, como copias de la ley romana y la ley canónica. «Los encuadernadores europeos en los siglos XVI y XVII solían reciclar pergaminos más antiguos», explican en el artículo.
Cuando se disponían a identificar los textos o, al menos, a leer parte de su contenido, se dieron cuenta de que les era imposible debido a una gruesa capa de pintura verde que oscurecía la letra de los manuscritos. El análisis posterior de ese mejunje reveló que se trataba de arsénico, un elemento químico que se encuentra entre las sustancias más tóxicas del mundo y la simple exposición puede provocar diversos síntomas de intoxicación, el desarrollo de cáncer e incluso la muerte. Además, la toxicidad del arsénico no disminuye con el tiempo.
Tras el hallazgo, los tres volúmenes han sido almacenados en cajas de cartón en un lugar seguro. Además, los investigadores planean digitalizar los libros con el fin de minimizar la exposición al arsénico. «No descartamos que pueda haber más, pero de momento en la Biblioteca no hemos encontrado más arsénico», sentencia Povl.
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