Nadie le creyó a Flora Tristán cuando describió el paisaje marino y nevado que contempló en 1834, desde el campanario de la iglesia de Santo Domingo, en pleno Centro Histórico de Lima.
En el capítulo VIII (‘Lima y sus costumbres’) de su célebre libro Peregrinaciones de una paria, escribió: «…Mi horizonte era de lo más variado. El campo que rodeaba la ciudad era muy pintoresco. En la lejanía aparecía el Callao con sus dos castillos y la isla San Lorenzo. Los Andes cubiertos de nieve y el Océano Pacífico completaban el cuadro. ¡Qué panorama más grandioso!…».
«Pensé que era una figura retórica de Flora Tristán», reconoce Ricardo Kusunoki, curador del Museo de Arte de Lima (MALI) y responsable de la adquisición del óleo pintado por el artista estadounidense Cyrenius Hall, en 1861 (treinta años después de la descripción de Flora Tristán), que revela la existencia de nevados muy cerca de Lima.
La obra se exhibe en una pared vecina a la sala de fotografías antiguas y próxima a los fastuosos lienzos de la Escuela Cusqueña. No es una obra maestra pero su valor radica en la reproducción casi fotográfica de un paisaje de la campiña limeña, en una época en la que no abundaban los paisajistas de espacios periféricos de la capital peruana.
No fue difícil ubicar la zona donde fue pintada.
Está exactamente en un «abra» o antiguo paso de chivateros que unía el Rímac con la zonas conocidas como Caja de Agua y Zárate, hoy en San Juan de Lurigancho. Desde el Rímac se puede acceder por las vías peatonales ubicadas a la altura del Colegio María Parado de Bellido. Muy cerca al nuevo túnel que une ambos distritos.
En estos días del siglo XXI, este mirador natural luce totalmente urbanizado. A diferencia del óleo, ahora el único espacio verde es una cancha de fulbito con pasto artificial. Tampoco se ve el curso del río Rímac pero sobresale la vía férrea del tren eléctrico. Casi todos los cerros han sido urbanizados y ya no existe una colina que fue volada para dar paso a la autopista Ramiro Prialé.
En el óleo, justo al frente de las lomas de la Atarjea, sobre uno de los cerros de Mangomarca, el artista inmortalizó dos picos nevados que corresponderían –por la distancia desde la ubicación del artista– a montañas ubicadas entre las cuencas de los ríos Huaycoloro (Jicamarca) y Rímac, a la altura de San Jerónimo de Surco o Matucana.
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