El uso, administración y distribución del agua en Lima ya era un problema hace cuatro mil años, en una época que los arqueólogos identifican como el «precerámico». El tema no ha perdido vigencia, tanto es así que el 28 de julio Pedro Pablo Kuczynski incluirá en su mensaje a la nación un revelador argumento dedicado a la problemática del «líquido elemento». PPK ya ha dicho que en temas como educación y agua se «considera de izquierda».
Pero hace cuatro milenios todo estaba por hacer.
El valle del Rímac era un bosque infinito que llegaba hasta la orilla del mar formando un delta salpicado de ciénagas y humedales. En el valle alto, donde ahora se ubican Huachipa y Ate-Vitarte, existían escasos espacios sin vegetación cubiertos de cantos rodados arrastrados durante milenios por la corriente del río. La flora y fauna silvestre proporcionaban la suficiente dosis de proteínas y vitaminas como para garantizar el crecimiento sostenido de la población. Los cazadores cumplían su deber armados con lanzas, huaracas y estólicas que lanzaban flechas con finas puntas de piedra.
Los huaycos y desbordes propios del Fenómeno El Niño eran una bendición para estos pobladores del precerámico. Asentados en una cuña natural, formada por los ríos Rímac y Huaycoloro, ellos construyeron templos en «U» cuando aún no se había inventado el adobe. Sus muros eran sostenidos con enormes bloques de piedra que decoraban incluso el portal de ingreso al monumento. La plaza principal apuntaba hacia donde se alzan los contrafuertes cordilleranos proveedores de agua. Esta plaza lucía un detalle revolucionario para la arquitectura precerámica: Aprovecharon las riadas para «colar» el barro y crear un piso que cubrió los cantos rodados. Por si fuera poco, diseñaron las primeras escalinatas y rampas de acceso a la parte alta de la huaca, donde se celebraban complicadas ceremonias en honor a las montañas.
(Fragmento extraído de la fuente original en el diario la República).
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